jueves , 18 septiembre 2025
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*Memorias de la IV Conferencia Internacional de la Mujer*

En memoria de la embajadora Aída González y del Dr. José Gómez de León, sin cuya firme conducción no hubiera habido resultados tangibles

Desde hace treinta años, tras la conferencia Beijing 1995, los derechos de las mujeres enfrentan continuas disputas. Entre cancelaciones, gritos parlamentarios y debates sobre género, ¿sabremos volver al diálogo que nos trajo hasta 2025?

Tres décadas atrás, cuando abordé el avión rumbo a Beijing como parte de la delegación oficial de México para la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, no imaginaba la magnitud de la tarea que emprenderíamos millones de mujeres.

En China, ese enigmático país que por primera vez se abría al extranjero, sostendríamos dos semanas de debates. Del 4 al 15 de septiembre de 1995, en Beijing las delegaciones oficiales, y en Huairou, las organizaciones no gubernamentales, discutimos acaloradamente. Aun con posiciones extremas sobre distintas definiciones, como la de género, hubo respeto. El resultado —la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing— cambió para siempre el rumbo de las políticas públicas y la vida de millones de mujeres del mundo entero.

De regreso, me tocó una de esas tareas que parecían imposibles: crear desde cero un mecanismo nacional para el adelanto de las mujeres. Así nació la Comisión Nacional de la Mujer, responsable del Programa Nacional de la Mujer 1996-2000, Igualdad y Desarrollo. De ese esfuerzo surgió en 2001, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), y hoy —con rango de secretaría del gabinete presidencial— la Secretaría de las Mujeres. No fue magia: fue diálogo permanente y real, fue “encorchetar” diferencias partidistas, fue tocar puertas y convencer a burócratas incrédulos.

La presidenta Claudia Sheinbaum es, en este sentido, hija de Beijing. El compromiso internacional de avanzar en la esfera de Mujeres en el Poder y en la Toma de Decisiones abrió las rendijas legales y culturales que hoy le permiten ocupar la silla presidencial. Beijing no fue un evento decorativo: fue un parteaguas.

Conceptos

Antes de continuar, permítanme amig@s lectores, compartirles dos breves definiciones, necesarias para entender la situación actual. Una es la “Cancelación”, acción que se genera en las redes sociales, cuando alguna conducta, actitud o dicho de una persona, empresa o institución se considera como reprensible, por lo que es denunciada públicamente y juzgada. Y la persona o empresa “culpable” es sentenciada a la exclusión o boicot social y profesional. La segunda palabra es “Escrachar”, definida por la Real Academia Española como “romper, destruir, aplastar”.

Por eso, ahora que veo cómo se desgarran las costuras del feminismo, siento una mezcla de tristeza y coraje. Marcela Lagarde —una de las mentes más lúcidas que dio nombre al feminicidio— ha sido escrachada, agredida y cancelada. Las diputadas trans de la legislatura anterior ofrecieron un espectáculo de gritos, empujones e imposición que, francamente, recordaba más a las peores prácticas patriarcales que a la sororidad que tanto proclamamos. Gritar: hemos gritado siempre; agredir y anular, no.

No se trata de negar los derechos de las personas trans. Al contrario: toda persona, sea cual sea su identidad de género, merece protección legal y respeto a su dignidad. Si un hombre trans gesta un hijo, tiene derecho a la misma atención y cuidado que una mujer cis (“persona que nació asignada mujer y que se identifica con la identidad de género femenina a lo largo de su vida”). Si una mujer trans es discriminada, debe intervenir la Ley para Prevenir la Discriminación. Pero pretender que la categoría “mujer” puede disolverse en expresiones como “personas menstruantes” o “personas gestantes” es un sinsentido. Yo dejé de menstruar hace 20 años, no puedo gestar. No por eso dejo de ser mujer.

Esfuerzos

Nos tomó más de dos siglos pasar de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” —sólo para hombres— a “los derechos humanos son también derechos de las mujeres”. En el camino conseguimos cuotas de género, leyes de paridad, tipificación del feminicidio, presupuestos con perspectiva de género. Ahora, justo cuando los frutos empiezan a madurar, asistimos a lo que parece un intento de recolonizar nuestros espacios bajo banderas progresistas. No, el patriarcado no siempre se viste de sotana o corbata; a veces porta el estandarte de la diversidad.

Lo mismo ocurre con otros temas espinosos: maternidad subrogada y prostitución. Para unas, el vientre de alquiler es explotación sexual y económica; para otras, es ejercicio libre de autonomía. Para unas, la prostitución es violencia patriarcal; para otras, trabajo remunerado. Beijing nos enseñó que se puede discrepar sin romper la mesa. Hoy, en cambio, preferimos las trincheras y los hashtags.

Paradoja

La paradoja es amarga: mientras las feministas nos lastimamos entre nosotras, los retrocesos reales avanzan. Se recortan presupuestos para refugios y se desdibujan los programas de atención a la violencia contra las mujeres. Se criminaliza a defensoras de derechos humanos y se ignora a las madres buscadoras. La reacción patriarcal es multifacética y oportunista: observa nuestras fracturas y las usa en su beneficio.

¿Qué hacer entonces? Volver al diálogo, pero un diálogo firme, con memoria histórica y con reglas claras:

1.—Definir sin borrar. Mantener la categoría “mujer” basada en el sexo donde sea necesario —violencia de género, cuotas, paridad, refugios—, y crear marcos específicos para personas trans que no diluyan las protecciones conquistadas. Derechos distintos, no opuestos.

2.—Regular con inteligencia. Maternidad subrogada y trabajo sexual requieren legislación que prevenga explotación y garantice derechos laborales y de salud. Ni prohibir a ciegas ni abrir las puertas al mercado de cuerpos.

3.—Recuperar el respeto. Podemos gritarnos —hemos gritado siempre— pero no anularnos ni agredirnos. Si en Beijing pudimos debatir sobre género, aborto y religión sin descalificarnos, no hay excusa para el linchamiento digital.

4.—Cuidar el relato público. No dejemos que la sociedad crea que “el feminismo ya no sabe lo que quiere”. Los objetivos son claros: igualdad sustantiva, vida libre de violencias, participación plena. Que la diversidad sea riqueza, no coartada para despojar.

5.—Memoria y futuro. Beijing no fue un destino: fue el inicio de una ruta. Recordar de dónde venimos es la mejor vacuna contra el retroceso.

Treinta años después, miro las fotos de aquella conferencia en Beijing. Veo a mujeres de todos los colores y credos, algunas con velos, otras con minifalda, todas intentando imaginar un mundo más justo. Ninguna de nosotras pensó que el patriarcado se rendiría; sabíamos que cambiaría de disfraz. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos recordar que el feminismo no se construyó cancelando: se construyó dialogando, convenciendo, insistiendo.

Herederas de Beijing

La presidenta Claudia Sheinbaum, las gobernadoras, las legisladoras y las jóvenes que hoy marchan con purpurina y pañuelos verdes son —sepan o no— herederas de Beijing. Y Beijing nos enseñó que el único modo de no retroceder es seguir hablando, incluso con quienes nos incomodan.

Si algo hemos aprendido en este largo camino es que el silencio nunca ha sido aliado de las mujeres. Ni el silencio impuesto por dictaduras… ni el silencio de la cancelación.—Mérida, Yucatán

Correo: dulcesauri@gmail.com

*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Ex gobernadora de Yucatán#

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