jueves , 23 octubre 2025
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Madame la Condesa Du Barry

DE LA HISTORIA AL SÉPTIMO ARTE

  • Pasó de la pobreza a conquistar el corazón del rey Luis XV

Por: Franck Fernández Estrada(*)

En el momento en que escribo esta crónica, se anuncia para dentro de unos meses la película “Madame Du Barry”, por muchos esperada. Después de muchos años vuelve a la pantalla grande Johnny Depp. Esta película también es muy esperada por ser la primera después del muy mediático juicio contra su exesposa Amber Heard. Ella había manchado su nombre y el juicio lo lavó. Aún sin conocer el veredicto, una directora de cine francesa seleccionó a Johnny Depp para una nueva película, de historia, con trajes de época y en locaciones de ensueño.

El papel que interpreta el multifacético actor es el del rey Luis XV. La película llevará el nombre “Madame Du Barry”. Jeanne Bécu es el  verdadero nombre de quien, con el tiempo, llegaría a ser Condesa. Nació pobre de una madre costurera. Se comenta que su padre era un sacerdote franciscano. Nació en el pequeño poblado de Veaucouleurs en la región de Lorena, en ese momento en manos de Francia. La reputación de la madre era tan mala en su pequeña ciudad que decidió irse con su hija a París, donde era totalmente desconocida. Al llegar, la madre pronto encontró un hombre de posición que la colocó como cocinera en casa de su amante italiana y esta envió a la chica al convento de Santa Aura para su formación, es decir, leer, escribir, sacar cuentas, baile y religión.

Estaba destinada a casarse con algún joven de su estrato social y de hecho, tuvo relaciones con un joven barbero, pero aquello no llegó a nada serio. Para ganarse la vida, Jeanne comenzó a trabajar como vendedora ambulante, como dama de compañía de una señora de sociedad y luego también como vendedora en una tienda, donde se reunían las elegantes de París a comprar las telas y accesorios necesarios para sus vestidos. También trabajaba con la más importante Madame de su momento viviendo dentro de su establecimiento. Es necesario decir que Jeanne era de una belleza sin parangón. Alta, con hermosos senos que sabía poner en valor, de una tez blanca como el lirio, delgada, hermosa boca, perfilada nariz, perfecta dentadura y unos deslumbrantes ojos azules que brillaban como dos cuentas. Sus maneras eran irreprochables, sabiéndose desenvolver en las más altas esferas.

Pronto se fijó en ella Jean-Baptiste Du Barry, noble de poca monta, que tenía una casa de juegos en Paris. Este establecimiento realmente servía de fachada a un burdel a donde venían señores de calidad. El Señor Du Barry tenía altas intenciones para Jeanne y pronto imaginó la forma en llevarla a Versalles para que le sirviera de ojos y oídos. Primero Jeanne tuvo que brindar sus servicios a altos caballeros de la Corte, incluyendo el Duque de Richelieu, uno de los cercanos ministros del rey y varios otros. El día en que fue presentada a Luis XV, él quedó inmediatamente subyugado por la prestancia, elegancia, maneras y belleza de Jeanne, amén de sus excelentes servicios horizontales.

De todas las mujeres que tuvo el rey, Jeanne fue la única que supo tratarlo no como rey, sino como hombre. Luis XV pasaba por momentos muy tristes y estaba muy acongojado. Recientemente había fallecido su hijo Luis, el delfín, había muerto su esposa legítima, María Leszczynska, princesa polaca y, no la menor pérdida, su precedente amante, Madame de Pompadour. Madame de Pompadour supo mantenerse en su supuesto, a pesar de que no satisfacía realmente al rey, puesto que era frígida. Sin embargo, Jeanne era una experta en el arte de satisfacer a los caballeros. Luis tenía 58 años y Jeanne 25. El rey estaba maravillado, porque en vísperas de sus 60 años, esta mujer hacía que mantuviera el vigor de sus años mozos.

Pero ante los planes de Jean-Baptiste Du Barry se presentaban dos problemas importantes. Jeanne no podía ser presentada a la corte siendo soltera, puesto que así lo dictaba el protocolo y tampoco si no era noble. Por otra parte, debía ser oficialmente presentada por alguien que fuera de la corte. El estafador Du Barry rápidamente encontró solución al tema del matrimonio. Mediando una interesante suma de dinero, casó a Jeanne con su hermano, Guillaume Du Barry, también Conde Du Barry. Ahora quedaba el tema de la presentación ante la corte. Para ello se necesitaba una madrina. El detalle está en que uno de los altos ministros, el duque de Choiseul, le había declarado una abierta guerra a la joven amante del rey. Varias veces fue amonestado por el Luis y, como el duque persistía en su guerra contra la preferida, fue despedido de su cargo de ministro de exteriores y de Versalles. Ninguna de las nobles se atrevía a servir de madrina. Sin embargo, estaba la Condesa de Bearn, notoriamente endeudada quien, por la coqueta suma de 100,000 libras, se prestó a la presentación.

El escándalo en Versalles era mayúsculo. Las propias hijas del rey la llamaban “la putain du roi”. Ellas eran las primeras en hacerle la guerra a la advenediza, las tres hijas solteras del rey: Victoria, Luisa y Sofia. Bajo su influencia, la recién llegada María Antonieta, también tomó partido contra la Du Barry. La joven austriaca se negó a dirigir la palabra a Jeanne. Las personas de menor rango no podían dirigir la palabra a las de mayor rango, por lo que la Du Barry tenía que esperar a que María Antonieta le dirigiera la palabra. Se creó una verdadera crisis diplomática entre Francia y Austria. Austria estaba en guerra por el reparto de Polonia y desde Viena, la madre de la joven delfina de Francia la instaba a dirigirle la palabra a la favorita con el fin de evitar una guerra. Por demás, le decía en cartas que ella tenía que hacer lo que le pedía el rey y el rey pedía que le dirigiera la palabra a su amante. Una noche de un 31 de diciembre, por primera y única vez, María Antonieta le dirigió la palabra a la Condesa Du Barry diciendo: -Parece que hay mucha gente hoy en Versalles. Con estas cortas palabras se evitó una guerra.

Luis XV, que tenía fama de ser bastante tacaño, regalaba a su joven protegida no solo grandes joyas, sino lencería fina, palacetes, etc. Cada mes le hacía regalos por el valor de un castillo en Francia.

Es obvio que todas las mujeres en Versalles la odiaban. En primer lugar por el puesto que tenía Jeanne, cuando muchas de ellas hubieran dado cualquier cosa por ser la favorita. En segundo lugar era la mujer más hermosa de Versalles, también era la más elegante, sabiendo combinar telas y accesorios como ninguna otra, imponiendo también la moda. Sin embargo, la Condesa Du Barry no era una mujer frívola, era mecenas de artistas, de la manufactura real de porcelana de Sèvres y gran amiga epistolar del filósofo Voltaire. Así, estuvieron las cosas durante 14 años hasta que se manifestó la enfermedad mortal del rey.

El rey presentó los síntomas de una viruela negra altamente contagiosa. A los delfines herederos se les prohibió terminantemente acercarse a los apartamentos del rey para que no se contagiaran. Nadie se acercaba a la cama del rey. Solo Jeanne estuvo al lado de su amado, siempre tomándole la mano, porque, hay que decirlo, entre este hombre y esta mujer se estableció un amor sincero. La víspera de su muerte, el rey le pidió a Jeanne que saliera de Versalles para evitarle la deshonra de ser expulsada por el nuevo rey Luis XVI y su esposa María Antonieta.

Como castigo fue exiliada en la abadía de Pont-aux-Dames, donde las monjas la recibieron de muy mala gana, conociendo su pasado. Sin embargo, gracias al trato y a la dulzura que a todas mostraba, poco a poco se fue ganando primero el respeto y después el amor de las monjas. Varias personas intercedieron ante Luis XVI para que le permitiera salir de la abadía que le servía de prisión. Luis XVI accedió a condición de que no viviera a menos de 50 km de Versalles. Para ello se tuvo que comprar una nueva residencia y, cuando se retiró esa restricción, fue a vivir a su maravilloso palacio de Louveciennes, a las afueras de París y a menos de 50 km de Versalles. Allí Jeanne se había mandado construir un hermoso pabellón de música en el muy refinado estilo de moda del momento, el neoclasicismo. Este pequeño pabellón de música sigue siendo hasta hoy un compendio de todo el lujo y la excelencia del estilo neoclásico.

Pasaron los años y el Duque de Brissac, vecino que era de ella, comenzó a cortejarla, y la Condesa accedió al amor de ese señor. Así estuvieron las cosas hasta que se declaró la revolución. En una noche en que la Du Barry se encontraba en París con su amante, el Duque de Brissac, unos ladrones entraron en su palacio y se robaron buena parte de su maravillosa colección de joyas. La Du Barry, sin darse cuenta del mal que se hacía, publicó una lista de todas las joyas robadas, más de 700 perlas, más de 100 grandes brillantes, amén de todo tipo de otras piedras preciosas, prometiendo una generosa recompensa. Hoy estas joyas estarían valoradas en varias decenas de millones de dólares. Al poco tiempo, las joyas fueron encontradas en Londres. De inmediato partió Jeanne a Londres para tratar de recuperar lo que era suyo y las autoridades inglesas no solo no quisieron juzgar al ladrón por haberse realizado el robo fuera de la jurisdicción inglesa, sino que confiscaron las joyas hasta que la Condesa pudiera demostrar que eran suyas.

Mientras andaba la revolución, Jeanne visitó en varias ocasiones Londres, con la intención de recuperar sus joyas. Los revolucionarios consideraban que lo hacía con la idea de ayudar a la contrarrevolución que se instalaba en Londres. Cuando Luis XVI fue guillotinado, Madame Du Barry comenzó a vestirse de estricto luto y en Londres asistió a una misa que por el alma del guillotinado rey se dio en la embajada de España en Londres. Los pasos de Jeanne eran seguidos en Londres y sus más mínimos movimientos eran informados a los revolucionarios allá en París. Mientras tanto, su amante, el Duque de Brissac fue encarcelado y guillotinado. Pronto ella fue detenida bajo la acusación de no declaración a hacienda de tantas joyas y obras de arte. Los revolucionarios consideraron que todos esos objetos eran propiedad del pueblo, puesto que habían sido regalados por el rey Luis XV.

Como si todo esto fuera poco, un paje que tenía la Condesa, regalo del rey, también declaró en su contra. Era oriundo de la India, aunque de piel oscura. Había sido vendido en calidad de esclavo por los ingleses que lo habían capturado allá en su Bengala natal. Jeanne, incapaz de ser madre, tomó a este chico casi como un hijo. Primeramente lo bautizó en la hermosa capilla de Versalles, Notre-Dame de Versalles, dándole el nombre de Louis-Benoit otorgándole de esa forma la libertad. Se le dio educación al joven Zamor, que era su nombre, se le vistió de la mejor forma y vivía con todos los lujos de la Condesa a la que no le perdía un paso. Sin embargo, al comenzar a leer, el joven Zamor presentó interés por la literatura revolucionaria y abrazó los ideales antimonárquicos y antiaristocráticos de la revolución. Él fue uno de los que declararon en contra de la Condesa diciendo que, mientras que estuvo a su servicio, se le consideraba un animal de feria y que las amistades de la Condesa se burlaban de él.

De poco valió que los habitantes del poblado de Louveciennes hicieran una declaración jurada firmada por casi todos en la que daban fe de la bondad de la señora y de su generosidad. Aquella que conoció todos los lujos y el amor verdadero de un rey fue guillotinada en lo que en aquel momento se llamaba Plaza de la Revolución, hoy Plaza de la Concordia, el 8 de diciembre de 1793. Instantes antes de subir a la guillotina le dijo al verdugo: -Señor verdugo, un instante más. Hay que señalar que este verdugo fue uno de los que, cuando aún vivía de la venta ambulante por las calles de París, se había servido de los servicios de Jeanne.

(*) Traductor, intérprete y  filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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