Por:SemMéxico
Dulce María Sauri Riancho
- “La historia del PRI no es la historia de México, pero sin el PRI es imposible entenderla.”
SemMéxico, Mérida, Yucatán, 15 de Octubre, 2025.-La serie documental PRI: Crónica del fin, dirigida y producida por Denise Maerker, es un acontecimiento en sí misma. No sólo por el acceso a archivos inéditos ni por la cantidad y calidad de las entrevistas, sino porque se atreve a mirar de frente medio siglo de historia política mexicana desde un solo eje: el Partido Revolucionario Institucional. No es la historia de México entre 1975 y 2025; es una parte de ella: la historia de un partido que fue constructor del Estado moderno y que, desde ese lugar de poder, emprendió las reformas que finalmente abrieron el camino a su propia derrota.
La serie no juzga, observa. No pretende entronizar al PRI ni exorcizarlo, sino comprender su trayectoria con objetividad. Y eso, en un país donde hablar del PRI todavía enciende pasiones, ya es una hazaña. Para muchos, el PRI fue el arquitecto del México moderno; para otros, el villano que impidió el desarrollo democrático. Crónica del fin esquiva ambos extremos: deja que las imágenes, los testimonios y los silencios hablen.
El “fin” del título no anuncia la desaparición del partido, sino el ocaso del régimen que alguna vez confundió estabilidad con unanimidad, un partido que generó sus propias contradicciones que no pudo superar.
Romper los límites de la historia oficial
Uno de los mayores méritos del trabajo de Denise Maerker es que rompe con la frontera que la historiografía mexicana suele imponerse al considerar al año 2000 y la derrota del PRI en la elección presidencial como límite de su interés. La llamada “transición democrática” se ha dejado a los politólogos o a los sociólogos que han debatido sobre la alternancia, y recientemente, se han acercado al entendimiento del “cambio de régimen”. Maerker se atreve a cruzar esa línea: narra los últimos veinticinco años con la misma intensidad con que otros abordan las décadas heroicas de la post-Revolución o del “desarrollo estabilizador”.
Hablar del pasado reciente es incómodo. Implica revisar decisiones cuyos protagonistas siguen vivos. Pero es indispensable: sin entender ese pasado inmediato no se puede comprender el presente. Crónica del fin asume ese riesgo y lo hace con un profesionalismo que rara vez se ve en la televisión mexicana.
El archivo y las voces
La selección del material fílmico es extraordinaria. Las imágenes —desde las solemnidades del poder presidencial hasta las escenas domésticas de campañas y mítines— construyen una memoria visual del poder priista, su lenguaje, sus rituales y sus contradicciones. Las imágenes no sólo documentan el fin de una era; muestran cómo el poder aprendió a representarse a sí mismo.
El mosaico de entrevistas es igualmente notable: tres expresidentes (Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto); figuras emblemáticas como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Elba Esther Gordillo; dirigencias y operadores políticos de distintas generaciones, además de académicos y literat@s. Cada entrevista duró más de una hora, y lo transmitido es apenas una fracción de un acervo que, por su valor histórico, merece ser preservado y abierto a la investigación.
El hilo conductor: la legitimidad
Sin enunciarlo de manera explícita, la serie narra la larga lucha del PRI por conservar su legitimidad. Nacido con la legitimidad histórica de la Revolución, para preservar al Estado que repartió la tierra y creó las instituciones del bienestar, el PRI empezó a perderla cuando los límites físicos y políticos del reparto agrario agotaron esa fuente de respaldo social. A partir de los años setenta, cada gobierno priista buscó nuevas formas de legitimarse: por la participación política, por la eficiencia económica, por la estabilidad social o por la pureza de los procedimientos electorales.
Pero cada intento fue más frágil que el anterior. La crisis de 1982 quebró la legitimidad de desempeño; la elección de 1988, la legitimidad electoral; la de 1994, la legitimidad moral. Cuando en el 2000 el PRI perdió la presidencia y reconoció la derrota, alcanzó su último gesto legítimo: el de un partido que supo retirarse del poder presidencial sin violencia alguna.
Desde entonces, la fuente de la legitimidad ha sido el voto popular. Vicente Fox tuvo legitimidad de origen, no de ejercicio; Felipe Calderón, un severo cuestionamiento sobre su triunfo que no pudo remontar en su gobierno. Enrique Peña Nieto intentó recuperarla por la vía del desempeño, pero los escándalos de corrupción y la violencia la pulverizaron. En 2018, la llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador se dio, al igual que Fox, con una incuestionable mayoría en las urnas.
En el escenario político actual, el PRI pasó de ser el garante de la legitimidad del sistema a ser el símbolo de su ausencia. Hoy, en 2025, el PRI ha perdido su fuente original de legitimidad, que fue el Estado revolucionario. Y no ha logrado construirla en las urnas o en el ejercicio de gobierno.
La parodia del poder
El quinto capítulo, La Parodia, retrata con sobriedad este presente. El título no busca ridiculizar, sino nombrar la distancia entre lo que el partido fue y lo que es hoy. La parodia es una forma de imitación: repetir las gestualidades del poder sin su sustancia.
Denise Maerker evita el tono de ajuste de cuentas; deja que la realidad se explique sola. El PRI aparece como una estructura vacía, sostenida por la nostalgia y la inercia, atrapada en un liderazgo personalista y en la simulación de la unidad. El partido que durante décadas representó al Estado se ha convertido en un partido sin Estado, con muy menguada base social y desdibujado proyecto, una cáscara institucional que sobrevive penosamente.
¿Qué sigue? Tal vez una extinción formal o una fusión oportunista. O, acaso, una improbable reconstrucción que sólo podría surgir de una nueva fuente de legitimidad moral y social, de un reconocimiento de los errores cometidos y un propósito real de transitar un nuevo camino. La serie no pronuncia un epitafio. Lo que deja es un espejo: el recordatorio de que todo poder corre el riesgo de convertirse en parodia cuando pierde el vínculo entre su origen, su ejercicio y su propósito.
Después del fin, lo que falta por contar
Crónica del fin no es sólo el relato del tramo final de un partido hegemónico. Es el principio de una serie de preguntas, indispensables de formular. ¿Qué sigue cuando el poder deja de ser creíble, cuando se pierde la legitimidad? ¿Existe ahora el andamiaje institucional que responda ante el déficit de gobernanza que azota al país? Hubo en el pasado inmediato. ¿Hay ahora?
Dulce María Sauri Riancho
dulcesauri@gmail.com