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Adiós a un buen reportero

Publicación de Reporteros Hoy *

Mérida, 2 de septiembre, 2025.- Era poco después del año 2000, las computadoras no colapsaron y las redacciones de los periódicos tampoco. Desde muy temprano, después de confirmar las comisiones que se ponía siempre a modo, Eduardo Buenfil – “El Wero”-, q.e.p.d., gritaba desde su cubículo, “ya vámonos, que no llego al desayuno”. Y así, se encaramaba en la motoneta de Darwin Ail y se iban a reportear. Darwin con una expresión de sorpresa, como asustado, pero siempre amable y sonriente. En la redacción le decían “Asustao Carrillo”.

Darwin era reportero de la sección deportiva del periódico “El Mundo al Día”. En ese tiempo, era compañero de Jesús Manuel Erosa “Chichonal” q.e.p.d., Julio Amer y Emmanuel Azcorra Cantón, personalidades y expertos en sus temas, de quienes aprendió con consejos y regaños, como todos en esa época. En poco tiempo hizo amistad con reporteras y reporteros de otras secciones, y así formamos un pequeño grupo que compartía risas, anécdotas y vivencias del día a día.

Darwin era siempre amable, generoso y bondadoso. Evitaba los conflictos y cedía a casi todos los caprichos del “Wero” Buenfil, ya sea para que lo llevara a las comisiones del día en su motocicleta o al elegir el lugar para almorzar.

Siempre tenía una anécdota que contar al regresar de la jornada, todo pasaba con Eduardo Buenfil: que se le atoraron las sandalias al subirse a la moto, que se peleó con una señora, que hizo un comentario sarcástico, que dijo algo inapropiado… en fin; muchas historias que nunca terminaba de contar porque le ganaba la risa o llegaba el “Wero” a interrumpirlo. Fue una buena época, buenos recuerdos y mejores amistades.

Era maestro por formación, estudió en la Escuela Normal Superior de Yucatán, pero siempre tuvo el alma de reportero. Trató de dar clases, pero no era su pasión. En los últimos años batalló para mantenerse en el medio que tanto le gustaba, nunca desistió.

Cuando nos veíamos recordábamos los años divertidísimos en el periódico, siempre con la nostalgia de aquella época cuando éramos jóvenes y noveles en el periodismo. También platicábamos de lo mucho que habían crecido nuestros hijos. Durante varios años me decía que tenía pendiente un regalo para mi hija por su nacimiento, y fue hasta hace unos meses, 11 años después, que me dio el presente. Nos reímos como siempre.

Hasta en sus últimas pláticas en el hospital, Darwin fue amable y optimista. Tenía fe en que saldría de esta enfermedad, pero el destino tenía otros planes.

A Darwin lo recordaré con esa sonrisa amable, por su persistencia en este agridulce medio y con la nostalgia de los años que no volverán. Los medios perdieron a un buen reportero y esta ciudad a una mejor persona.

Con cariño

L.S.

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