martes , 7 octubre 2025
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Rodrigo Llanes Salazar: Recuento de la década

Mirada antropológica (1 de 2)

Rodrigo Llanes Salazar (*)

Fuente: Diario de Yucatán

La década de 2010 está por terminar. Analistas, comentaristas y medios han estado publicando en estos días listas de los acontecimientos más importantes de los últimos diez años. A mí me resulta abrumador intentar emprender una tarea similar, por lo que me limito a comentar algunos procesos y tendencias de la década que me han parecido particular y personalmente significativos.

1. Indignación y revueltas. Si tomamos en cuenta la enseñanza del historiador británico Eric Hobsbawm y reconocemos que un siglo —o, para este caso, una década—, no inician necesariamente el 1 de enero del año en cuestión, parece fácil concluir que la década de 2010 inició con las primaveras árabes, aquellas revueltas en contra de gobiernos autoritarios en varios países de Medio Oriente y cuyo espíritu se contagió rápidamente en otras geografías: los Indignados en España, el movimiento Ocupa Wall Street en Estados Unidos y el #YoSoy132 en México, por mencionar solo algunos de los más conocidos.

En algunos casos los motivos de las revueltas fueron los gobiernos autoritarios. En otros la causa fue el poder de entidades financieras como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las políticas de austeridad, la creciente deuda, la falta de representación política por parte de los partidos políticos o la dañina alianza entre gobiernos y medios de comunicación. Pese a las diferencias geográficas, las revueltas compartieron varias características: la exigencia de una democracia real, no solo electoral; la vocación pacifista de lograr cambios políticos sin violencia; una organización descentralizada que recurre a asambleas en plazas, parques y otros espacios públicos; el uso creativo de las entonces todavía novedosas tecnologías de información y comunicación, particularmente los teléfonos inteligentes, Facebook y Twitter.

Para miles de personas —y para mí también—, una lectura significativa de esos años fue el panfleto de Stéphane Hessel titulado “¡Indígnate!” (2010). El ya fallecido miembro de la Resistencia francesa escribió en ese texto que “el motivo fundamental de la Resistencia fue la indignación” y que hoy, “la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”, así como la enorme “distancia entre los más pobres y los más ricos”, son motivos de sobra para indignarnos.

“La peor actitud es la indiferencia”, escribió Hessel en esas páginas, y diagnosticó que “para ser eficaz hoy en día, se debe actuar en red, aprovechar los medios modernos de comunicación”. Y muchas personas, sobre todo jóvenes, se organizaron en redes —ya sean colectivos, asambleas, redes— y aprovecharon los teléfonos, Facebook y Twitter para hacer escuchar voces que antes no eran escuchadas por los medios de comunicación, para convocar manifestaciones, para exigir a los gobiernos rendición de cuentas, para denunciar agravios y, hashtags de por medio, para crear tendencias e impulsar conversaciones. Pero no todo salió como se esperaba: en Medio Oriente continuaron los gobiernos autoritarios, inició una atroz guerra en Siria y el Estado Islámico proclamó su califato en 2014. Sin embargo, el balance no ha sido del todo negativo.

2. La desigualdad. Movimientos como el Ocupa Wall Street lograron colocar el problema de la desigualdad como un tema prioritario de la discusión pública. De acuerdo con la organización Oxfam, actualmente, las 26 personas más ricas del mundo poseen lo mismo que la mitad de la población del planeta. En este contexto, una de las obras más importantes de la década es “El capital en el siglo XXI”, del economista francés Thomas Piketty. Publicada originalmente en 2013, el libro se convirtió en un verdadero acontecimiento intelectual y editorial cuando fue traducido al inglés en 2014. En “El capital en el siglo XXI”, Piketty invita a que el problema de la desigualdad de la riqueza sea estudiado no solo por economistas, ya que “la historia de la distribución de la riqueza es siempre profundamente política y no podría resumirse en mecanismos puramente económicos”. En este sentido, Piketty identifica fuerzas que empujan hacia la reducción de la desigualdad, principalmente la difusión de conocimientos y de inversión en la capacitación y formación de habilidades; así como de fuerzas que amplifican las desigualdades. Entre estas últimas se encuentra la tendencia de que la tasa de rendimiento del capital supere la tasa de crecimiento. Para enfrentar esta fuerza de divergencia que profundiza la desigualdad, Piketty propone, además de fortalecer la difusión de conocimientos, crear un impuesto mundial y progresivo sobre el capital (entre otras medidas).

Lamentablemente, la desigualdad en la distribución de la riqueza seguirá siendo un problema en la próxima década. América Latina es la región más desigual del planeta y, para el caso de México, la desigualdad llega a niveles extremos —como documentó el economista Gerardo Esquivel en un importante informe de 2015— y ha provocado mundos sociales muy diferentes y alejados para las personas que viven lujosamente en la cima y quienes apenas sobreviven abajo. Para el caso de México, uno de los abordajes más interesantes sobre la desigualdad en esta década lo hizo —a mi juicio— Ricardo Raphael en su provocador libro “Mirreynato” (2014).

Para la próxima década, no será suficiente analizar y denunciar la desigualdad, sino que tendremos que abordar en la discusión pública cuáles son las principales fuerzas y medidas para reducir la injusta distribución de la riqueza; discutir en serio propuestas como el impuesto progresivo sobre el capital u otras políticas fiscales más justas, el fortalecimiento de un Estado social y la prioridad del gasto en educación, salud y medio ambiente, entre otras cuestiones.

3. Capitalismo de vigilancia y de plataformas. Aunque siempre tuvieron detractores, las nuevas tecnologías de información y comunicación, particularmente los teléfonos inteligentes y las redes sociales, provocaron optimismo y entusiasmo a inicios de la década. Parecía que no solo cumplían con su función, ya que nos informaban, a veces en tiempo real, lo que sucedía en cualquier rincón del planeta, y nos comunicaban con cualquier persona del mundo instantáneamente, sino que también provocaban nuevas oportunidades económicas y, como lo mostraron las revueltas de inicios de la década, también novedosas formas de acción política.

Sin embargo, el optimismo y entusiasmo rápidamente se diluyeron para muchos. En junio de 2013, Edward Snowden y el periódico británico “The Guardian” dieron a conocer que la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos empleaba un programa secreto de vigilancia masiva de comunicaciones y datos en internet, incluyendo Facebook, Google, Apple, Microsoft, Yahoo!, entre otras empresas.

Pronto se fueron revelando otros problemas: la adicción al teléfono y a las redes sociales y sus efectos como depresión, estrés, mayor narcisismo; el uso de Facebook para divulgar masivamente “noticias falsas” —una expresión que, junto con la de “posverdad”, se volvió emblemática de esta década— e intervenir en elecciones; Twitter se convirtió en el megáfono de Donald Trump y otros bravucones. Además, en torno a las redes sociales —y otros sitios en internet— se ha ido construyendo lo que Shoshana Zuboff llama “capitalismo de vigilancia” (“The Age of Surveillance Capitalism”, 2019) y Nick Srnicek “Capitalismo de plataformas” (2018): una economía basada en nuestros datos personales que no solo conoce nuestras conductas, sino que también las moldean a su conveniencia.

4. Nuevas guerras culturales. Asimismo, las redes sociales han sido las principales arenas de batalla de las llamadas nuevas guerras culturales. En sociedades polarizadas, las redes sociales son escenarios en los que rara vez encontramos discusiones argumentadas o sustentadas con evidencias. Por el contrario, habitadas por troles y bots, en ellas proliferan memes, comentarios narcisistas, cínicos o sarcásticos que nos atrincheran cada vez más en nuestras burbujas.

Se trata de un fenómeno mundial, pero acaso sus temas predilectos sean los relacionados con temas y derechos LGBT y feministas. En ambos lados de la polarización —“conservadores” o “progresistas”— es común escuchar la expresión: “ahora se ofenden por todo”, ya sea por un anuncio de propaganda, el adelanto de una película, el nombre de un restaurante o el uso de lenguaje incluyente. Probablemente estas sean las expresiones de cambios en la moralidad de nuestra época; ciertamente, indican nuevos parámetros de lo que es permisible decir y cómo decirlo, así como nuevas formas de corrección e incorrección política y lingüística que están redefiniendo la manera en la que nos comunicamos.

La próxima semana abordaré algunas tendencias más que, a mi juicio, han marcado los últimos diez años. Por lo pronto, les deseo a las y los lectores del Diario un feliz nuevo año y nueva década.— Mérida, Yucatán

rodrigo.llanes.s@gmail.com

Investigador del Cephcis-UNAM

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